Desde
la mirada de una madre con dos niños y para un estudiante foráneo, cuestiones
como la falta de seguridad social, fallas eléctricas, escasez de honestidad y
todas esas tragedias de las últimas páginas grises, pueden resultar un
obstáculo para la felicidad o un futuro prometedor, quizás generen depresión,
desasosiego y si corren con valentía, podría crecer en ellos algo de esperanza;
la fe puesta en que las cosas pueden cambiar y la fuerza para seguir adelante,
tal caballo en el Grand National Gallops.
En
Aintree, el hipódromo de Liverpool,
Inglaterra, desde 1839 hacen las carreras ecuestres con obstáculos, donde
han muerto al menos 22 caballos debido a la dificultad del recorrido que
provoca cansancio y caídas peligrosas.
Sin embargo, esta competición sigue siendo una de las más importantes en
el país y muchas partes del mundo. Al menos para los jinetes, fanáticos y las
miles de empresas publicitarias que viven de ella.
La
única diferencia entre la madre, el estudiante foráneo y los caballos del Gran
National, es que los terceros, tienen que superar obstáculos como una afición.
Los primeros no decidieron vivir en tiempos difíciles, pero si es su elección
afrontarlos.
Alrededor
de todo esto giran los periodistas, muchas veces como espectadores y casi nunca
como protagonistas. Lo que si son siempre es una voz, una palabra y una imagen de la adversidad, y las noticias.
No obstante, las buenas nuevas traen consigo un peso propio que las hace
bienvenidas y las calamidades, en cambio, son su sombra.
Esa
oscuridad infeliz marca a todos en diferentes niveles. Algunos suelen olvidar y
otro tanto, prefiere frustrar. Lo dicho no exime a esos tiempos de difíciles,
nada lo hace. Lo único que puede otorgarles algo de resplandor, es la luz de un
comunicador, que hace con ellos lo que una sonrisa hace en un niño gravemente
enfermo.
Lo
que una mirada fija y sin lastima, hace en un joven invalido. Quizás un abrazo
sería demasiado, y es que un apretón de manos puede dar la suficiente confianza
cuando se trata de un político sincero.
De
eso se habla cuando un periodista toca la puerta en tiempos difíciles, de un
trabajo que deja huella en una realidad desvirtuada, porque de nada sirve
maquillar a un maniquí si seguirá siendo frío.
Definitivamente
hacer periodismo en tiempos difíciles, es hacer de la carrera algo valioso por
su esfuerzo, tanto emocional como físico. Quizás esté hablando de diarismo y no
incluya a más de un comunicador que deja la calle como una pintura; enmarcada
con una venta o la puerta de una oficina. Pero es falso, la comunicación debe
apasionar al editor, y al escritor por igual.
El
poder de transmisión que generan los comunicadores se intensifica cada vez que
la calamidad forma parte de él. Es como dicen, ¿qué es de una recompensa sin
esfuerzo? ¿Acaso vale la pena ser feliz sin haber afrontado el dolor?
Los
seres humanos somos animales de costumbre, e igualmente somos un tanto
masoquistas. Nos encanta ver como alguien, luego de llorar, cosecha las más
hermosas flores. Nos entretiene por más de dos horas, ver como el héroe supera
las mayores dificultades, y a pesar de estar seguros de su triunfo, continuamos
sufriendo con él y viendo cómo se levanta.
Es
el cine, un producto de comunicadores; guionistas, fotógrafos, productores,
escritores, soñadores por excelencia, quienes se basan en una realidad triste y
devastadora, que no la fantasea nadie, solo existe.
¿Qué
sería de la pantalla grande si no viera las tragedias que transmite el
reportero en la pantalla chica? ¿Qué sería de ese ancla, sino lee las notas en
la prensa que el productor escogió para él?
Y
¿Qué sería de la rotativa sin las trágicas muertes? Hablamos de amarillismo
señores. Resaltar la catástrofe con grandes titulares y fotografías de alto
contraste.
El
sensacionalismo existe desde que el hombre es hombre, solo que no había
encontrado una forma de sacarle provecho hasta que los medios de comunicación
nacieron.
Entra
aquí el papel de la moral, hacer el bien o el mal. Ya sea para vociferar un
chisme o borrar la foto de tu vecino herido y casi desnudo. El periodista cada
día entra en un dilema entre lo que se debe, lo que quiere, y lo que conviene.
Con
esto intento decir que el periodista no puede ser un emprendedor silente, como
la hormiga. Quizás pueda reservarse mucho para los demás, pero jamás podrá callar
su consciencia.
El
remordimiento que cada uno ha formado desde, al menos los cinco años, juega su
papel más agrío en el periodismo porque se trata de alguien más el que podría
perder o ganar. ¿Y quién soy yo para desprestigiar?
Más
de un millón han peleado y discutido por la moral, incluso leyes divinas se han
erigido por ella. Sin embargo, nada está escrito sobre la decisión que cada uno
debe tomar de acuerdo a su nivel de bondad, orgullo, humildad o maldad.
Es
la contrariedad individual que pone a prueba los sentidosy probablemente le
ocurra a los abogados y médicos cirujanos, pero que afortunados son al no tener
un rostro o que infortunados son al solo ser un traje y una bata. En cambio, el
periodista puede llevar un traje e infinidad de máscaras. Delantales sucios y
manos impecables.
El
quehacer diario, lo que algunos denominan “patear la calle”, coordinar la agenda
de un mandatario, investigar o dirigir un programa radial, se definen con el
termómetro de la dificultad.
Un
texto y una imagen nacidos en arduo trabajo, de soportar portazos y sudar
tristezas, valdrán la pena, aunque sea en unos años. Así como lo que escribió Albert
Camus, periodista Francés, en 1939.
Su
artículo fue enviado al diario Le Soir Républicaine, pero en este país europeo
regía la censura, por acercarse el tiempo de guerra. Sus frases no fueron
publicadas nunca, hasta el 2012, cuando Le Monde lo encontró archivado y sacó a
la luz pública.
La lucha contra la carencia de libertad periodística es evidente en frases como las que escribió en aquel momento. El hecho de que un periódico dependa de la competencia o de humor de un hombre demuestra mejor que cualquier cosa el grado de inconsciencia al que hemos llegado.
Uno de los buenos preceptos de una filosofía digna de ese nombre es el de jamás caer en lamentaciones inútiles ante un estado de cosas que no puede ser evitado. La cuestión en Francia no es hoy saber cómo preservar la libertad de prensa. Es la de buscar cómo, ante la supresión de esas libertades, un periodista puede mantenerse libre. El problema no concierne a la colectividad. Concierne al individuo.
Aun
en el 2014, el texto de Camus está vigente, en Francia y Venezuela, en mayores
y menores medidas, pero sigue allí, latente.
El
hecho de conseguir lo que parece imposible y hacer del invisible, alguien
evidente, es preservar esa libertad por la que el luchó hace más de un siglo.
No dejarse llevar por la pereza o el qué dirán, es construir en cada uno esa
filosofía digna de no caer en lamentaciones inútiles.
No
obstante, y por no excluirlo, el periodismo en tiempos fáciles si existe, pero
ni una línea se le puede dedicar. Hay que mirar más allá,
sobrepasar los límites y hacer de la misión de un individuo, el triunfo de la
colectividad.
Primer lugar del concurso literario "Guillermo de León Calles". Punto Fijo, edo. Falcón.
Junio de 2014 :)